lunes, 15 de agosto de 2011

María, el Arca de la Alianza, nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría: Papa Benedicto XVI

Hoy, lunes 15 de agosto, al celebrar la Misa por la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el Papa Benedicto XVI reflexionó sobre el pasaje de la Visitación de María a su prima Isabel, para luego señalar que la Madre de Dios enseña a los cristianos a ser diligentes con las cosas de Dios, las únicas “que tienen verdadera urgencia para nuestra vida”.

El Santo Padre relató que María acudió presurosa a la casa de su prima, luego destacó que “las cosas de Dios merecen diligencia, es más las únicas cosas del mundo que merecen diligencia son precisamente las de Dios, que tienen verdadera urgencia para nuestra vida”. Además agregó que “María entra en esta casa de Zacarías y de Isabel, pero no entra sola” pues lleva “en su seno el hijo, que es Dios mismo hecho hombre. Ciertamente se la esperaba y también para que ayudara en aquella casa, pero el evangelista nos guía para comprender que esta espera lleva a otra, más profunda”.

“Juan Bautista en el seno de su madre baila delante del Arca de la Alianza, como David, María – y reconoce así – María es la nueva arca de la alianza, ante la cual el corazón exulta de alegría, la Madre de Dios presente en el mundo, que no tiene para sí esta divina presencia, sino la ofrece compartiendo la gracia de Dios. Y así – como dice la oración – María realmente es ‘causa de nuestra alegría’, el ‘arca’ en la que realmente el Salvador está presente entre nosotros”, indicó.

Seguidamente, el Vicario de Cristo dijo que “Al contemplar a la Virgen María se nos ha dado otra gracia: la de poder ver en profundidad también nuestra vida. Sí, porque también nuestra existencia cotidiana, con sus problemas y sus esperanzas, recibe luz de la Madre de Dios, de su camino espiritual, de su destino de gloria: un camino y una meta que pueden y deben convertirse, de alguna manera, en nuestro mismo camino, nuestra misma meta”.

“Hoy la Iglesia canta el amor inmenso de Dios por esta criatura: la ha elegido como verdadera ‘arca de la alianza’, como aquella que continua a generar y a donar a Cristo Salvador a la humanidad, como Aquella que en el cielo comparte la plenitud de la gloria y goza de la felicidad misma de Dios y, al mismo tiempo, nos invita a devenir también a nosotros, en nuestro modo modesto, ‘arca’ en la que está presente la Palabra de Dios, que es transformada y vivificada por Su presencia, lugar de la presencia de Dios, para que los hombres puedan encontrar en el otro hombre la cercanía de Dios y así vivir en comunión con Dios y conocer la realidad del cielo”, expresó.

“María es el arca de la alianza, porque ha acogido en sí a Jesús, ha acogido en sí la Palabra viviente, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios, ha acogido en sí a aquel que es la nueva y eterna alianza, culminada con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María”.

Por último, el Pontífice explicó que “estamos hablando de María, pero, en un cierto sentido, estamos hablando también de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios de aquel amor inmenso que Dios ha reservado - ciertamente, de una forma absolutamente única e irrepetible - en María”.

“En esta Solemnidad de la Asunción miramos a María: Ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe, a su Hijo; no perder jamás la amistad con Él, dejarse iluminar y guiar por su palabra; seguirlo cada día, también en los momentos en los que sentimos que nuestras cruces se nos hacen pesadas”, concluyó el Papa.

Meditación del Evangelio del 15 de agosto del 2011


11-08-15.
LUNES XX. Lc 1, 35-56.

Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. Hoy celebramos la Asunción de la Virgen María al Cielo. El texto bíblico tomado del Evangelio de san Lucas, nos habla de la visita que la Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María, el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo. Este bello pasaje, que aparece íntegro al final de este documento, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”. Concluye el texto señalando que la Virgen María después de unos tres meses regresó a su casa.

MEDITAR: El texto bíblico es tan rico, que muchos temas de meditación podemos obtener de él, por eso aparece al final, para que cada quien lo lea y haga su propia meditación. Hoy, de manera común reflexionaremos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!

La Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.

Estos motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para cada uno de nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos Vida Nueva y Vida Eterna?
Hoy dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.

ORAR: Padre amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús y derramar  la gracia de tu Espíritu en mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te hacen presente en medio de la humanidad. Gracias por la Iglesia que conserva tu Palabra y difunde tu Misericordia en los sacramentos, particularmente en los de la Reconciliación y la Eucaristía. Gracias por mi familia, mis amigos y el mundo que me rodea. Gracias por darme la vida y permitirme ser tu hijo(a), gracias por darme tu Espíritu y la alegría que llena todo mi ser. Junto con la Virgen María diré: ¡Mi espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!

CONTEMPLAR: El fragmento bíblico que meditamos, señala que la Virgen María regresó a su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella, podemos percibir en la Virgen María la constante permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!

Nosotros, ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión de salud mental.

Jesús, nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.

Hoy, y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!

ACTUAR: Que importante es vivir todos los días en la alegría del Señor. Hoy procuraré vivir en el gozo de Dios mi Salvador.

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

Del santo Evangelio según san Lucas (1,39-56):
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita Tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa Tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por Mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.



Meditación del Evangelio del 14 de agosto del 2011


11-08-14.
DOMINGO XX. Mt 15, 21-28.

Señor, Socórreme. Mi relación personal con Jesús.

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. Este texto, ya lo comentamos en días pasados (11-08-03. Miércoles XVIII). Se refiere a una dolida mujer cananea, que pide por la salud de su hija. El texto hace notar que aparentemente el Señor Jesús no le hace caso y que debido a su insistencia será atendida en su súplica. Hoy lo meditaremos con otro orden de ideas.

MEDITAR: Todos los seres humanos, a causa del pecado original y de nuestros propios pecados, tenemos una fuerte herida de relación con los demás, con nosotros mismos y con Dios. Nos valoramos no por nosotros mismos sino en base al número de personas con las que nos relacionamos. Nos importa mucho el qué dirán y así nos despersonalizamos; “lo importante” no somos nosotros sino los demás. Esto también afecta nuestra relación con Dios porque, muchas veces nos dirigimos a Él en función de las necesidades de los “otros”. Esto no es malo, pero tampoco es lo mejor. Dios que te ama personalmente, quiere que le abras tu corazón y le expreses tus sentimientos. Esto es totalmente provechoso, porque así, siendo beneficiado(a) por esta relación personal con Dios, dejarás de verlo como un proveedor; lo podrás reconocer como tu Padre, tu Salvador y Santificador y serás mejor testigo Suyo.

Para comprender mejor el texto del Evangelio de hoy, podríamos ponernos nosotros mismos en el lugar de la mujer y en el lugar de la hija enferma, a nuestros familiares y preocupaciones. Probablemente la mayoría de las veces nuestra oración es por lo que pasa a nuestro alrededor, pero pocas veces o quizá nunca, le pedimos que nos sane en nuestro interior. Si así lo hiciéramos quizá podríamos comprender mejor la acción de Jesús como Sanador - Salvador nuestro. Jesús nos sana porque subsana nuestra carencia de amor. Jesús nos salva porque nos da Vida Nueva y la Vida Eterna.

La mujer reconoce y manifiesta su dolor: Jesús “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”, e intercede por su hija: “Mi hija tiene un demonio muy malo”. Ella es capaz de reconocer a Quien se está dirigiendo: a Dios. Está consciente de lo que le aqueja a su hija, pero no será atendida hasta que reconozca su situación personal: “¡Señor, Socórreme!”.

En nuestra relación con Jesús en ocasiones podríamos ser buenos en orientar a otros y de pedir por ellos: mi cónyuge, mis hermanos, mis hijos, mis nietos, mis vecinos, mis cosas, mis negocios, el mundo, la violencia, la economía, etc. ¿Pero pedir por mí, ponerme en presencia de Dios y decirle que necesito experimentar su amor?...

Mientras no me dé cuenta que la relación que Jesús espera tener conmigo es personal, estaré hablando de “oídas” del amor de Dios. Cuando la mujer persevera en la oración y le abre su corazón a Jesús: “¡Señor, socórreme!”, experimentó en sí misma el amor de Dios y entonces pudo ser testigo de la acción de Jesús en su vida y por eso se le dirá: “Mujer que grande es tu fe”.

¿Cuántas veces rehuimos a una relación personal con Dios porque pensamos que no somos muy buenos, que le fallamos, que nos da pena, que no nos escucha, que no le interesamos, que valemos poco, que somos muy pecadores, etc.? ¿Podrías poner tu excusa?

Cada uno de nosotros somos importantes para Dios. Tú eres importante para Él, Jesús murió en la Cruz por ti. Él sale en tu búsqueda y espera que tú salgas a su encuentro no con evasivas, sino diciéndole, Yo Señor soy quien necesita de Ti, Yo necesito experimentar tu amor para ser testigo tuyo. “¡Señor, socórreme!”.

ORAR: Señor Jesús, hoy no te vengo a pedir por nadie, te vengo a pedir por mí. Tú me conoces aún mejor que yo mismo(a) y más allá de cualquier sentimiento o idea que yo pudiera tener para justificar el por qué me da pena abrirte mi corazón o expresarte lo que sufro, simplemente quiero ponerme delante de Ti, para experimentar tu amor, pedirte perdón por mis errores y pecados, para perdonar a los que me han ofendido y darte las gracias por todo lo que me has dado. Señor, permite experimentar tu presencia en mi vida, para ser testigo de tu amor. Señor, gracias por tu paz.

CONTEMPLAR: Para Dios no hay imposibles, ciertamente no sabemos qué pasó con la mujer después, pero tenemos el testimonio de muchos hombres y mujeres que encontrándose con Jesús, su vida cambió y alcanzaron la Vida Eterna. Ahí están los apóstoles, María Magdalena, san Pablo, san Francisco, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, María Inés Teresa Arias. Tú también estás llamado(a) a ser parte de la lista. Dite a ti mismo(a), yo quiero ser parte de esta lista. “¡Señor, Socórreme!”.

ACTUAR: Procuraré darme un poco más de tiempo para meditar estas reflexiones. Me pondré delante de un crucifijo o en un templo, delante del Sagrario, y le diré a Jesús: Señor aquí estoy. ¡Me dejaré amar por Él!

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

Meditación del Evangelio del 13 de agosto del 2011


11-08-13.
SÁBADO XIX. Mt 19, 13-15.

Deja que tu yo niño, se acerque a Jesús

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. El fragmento del Evangelio que hoy meditamos es tan corto y tan expresivo, que vale la penar ponerlo íntegro sin más comentarios: “En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Déjenlos, no impidan a los niños acercarse a Mí; de los que son como ellos es el Reino de los Cielos”. Les impuso las manos y se marchó de allí.”

MEDITAR: Es de llamar la atención que sean los discípulos los que no dejan que los niños se acerque a Jesús. Se entiende porque ellos le querían mucho y lo reverenciaban. Le tenían mucho aprecio y querían aprender de Él. Por lo mismo consideraban que Él no debería perder el tiempo con “niñerías” y mucho menos con los niños y niñas que se le acercaban. Nosotros muchas veces nos parecemos a ellos y no sólo no dejamos que los niños(as) se acerquen a Él, sino que incluso impedimos que “nuestro yo niño(a)” se acerque a Él. Ponemos un gesto adusto, ponemos una máscara para ocultar que en nuestra infancia, además de los momentos alegres, también hubo algunos o muchos difíciles. Los años nos han hecho ser complejos y dejamos de ser sencillos. Jesús es el Hombre-Dios para todos, en particular para los más pequeños, sencillos y débiles. Seamos sencillos ante Dios y veamos cómo Jesús nos llama para que le entreguemos a Él, también nuestro “yo niño”, con toda mi historia, con todo mi pasado, para que ya no sea mi historia, sino “nuestra historia”, la de Él que me redime y la mía que soy redimido. Así se realiza en mí, mi historia personal de Salvación.

Jesús nunca olvidó que fue niño, esa etapa de su vida es parte de su identidad. Él guardaba el recuerdo de su hogar de Nazaret y de todo lo que aprendió de María su Madre y de san José, su padre adoptivo. Recordaba los momentos en que con Ellos acudía a la Sinagoga y las veces que peregrinó a Jerusalén. Los recuerdos de su infancia eran bellos: Pero también recordaba cómo, según la costumbre de la época los niños no eran tomados en cuenta. Además Él, junto con sus padres, había sido migrante, había vivido situaciones de extrema pobreza y desde su infancia sabía que había quienes lo querían matar. Tanto los recuerdos gratos, como los difíciles estaban en su memoria. Por eso quiso acercar el amor de Dios a los más pequeños. Si eran felices, para que lo fueran más y si en su corazón infantil había pena, tristeza o dolor, para llevarles consuelo, fortaleza, alegría y su amor.

Él sabía del sufrimiento de los pequeños y también sabía del amor de su familia y de su Padre Dios. Estaba consciente de muchos niños y niñas, y personas adultas hoy, incluso ancianas, nunca tendrían una infancia plenamente feliz. Por eso, Jesús  como infante, atento a su misión salvífica y redentora, desde su propia experiencia y dolor, redime el “corazón del pequeño” que sufre y el “corazón de niño” del adulto que guarda alguna pena o congoja desde su infancia. El Señor Jesús, a todos lleva el amor de su Padre Dios.

ORAR: Señor Jesús, Tú lo sabes: por más años que tenga una persona, siempre llevamos en nuestro ser, el “corazón de un(a) niño(a)”, que requiere de tu amor. Para Ti todo es un eterno presente y hoy puedes sanar las heridas que llevo en mi “corazón de niño(a)”. Hoy me puedo reconocer, profundamente amado(a) por Ti, desde las etapas más tempranas de mi vida. Me puedo sentir perdonado(a) por Ti y experimentar purificados: mi mente, mi corazón y mi cuerpo de lo que ocurrió en mi infancia. También me reconozco capaz de perdonar en tu nombre, Jesús, a quienes me hicieron dañó, me abandonaron o me rechazaron.

Señor Tú lo puedes todo, por eso te pido que me purifiques, me renueves, me sanes y santifiques, de tal manera que “mi yo niño(a)” tenga paz y pueda sonreír de felicidad por contar Contigo y con tu amor.

CONTEMPLAR: La expresión del Señor Jesús en la que nos exhorta a que nos hagamos como niños para entrar en el Reino de Cielos, también lo podríamos entender como que: es necesario que dejemos que Él reine totalmente en todas las etapas de nuestra vida, de tal modo que no haya resquicio ni rescoldo en nuestra vida que nos impida experimentar su amor que nos hace hijos de Dios.

Puede ser que nos cueste trabajo reconocer, que necesitamos que Jesús reine también en nuestros recuerdos de la infancia, en todo nuestro ser, incluido nuestro “yo niño”. El reto de hoy es dejar que el amor de Dios sane nuestras heridas de la infancia y experimentemos la paz y la fortaleza que Él nos da. No forcemos situaciones pero si sentimos que alguna lágrima quiere brotar, dejémosla correr.

ACTUAR: Abierto mi “corazón de niño(a)” a Jesús, dejaré que su alegría brote de manera más espontánea en mí, le daré las gracias por lo que hace en mi vida y procuraré poner mayor atención a los niños(as) que se acerquen a mí, para hablarles de Dios y llevarlos a Jesús.

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.